(Santiago del
Estero 13/2/1912 - Tucumán 27/1/1952)
POEMAS PARA TU VOZ
Entre
el alba y los ceibos
amo tu voz interminable,
resalada, resinosa, de elemental aroma.
En tu joven garganta llena de astros,
llena de alegre trébol,
beso tu voz perfecta
que me llena la piel de ingenuas malvas,
de pichoncillos, de mosquetas
Tu voz, espacio donde crece
el trigo azul para mi verso
y el azul algodón de mis silencios;
tu voz con dos eternidades:
eternidad de frutas y de flor del aire;
tu voz que calla soledades
para nombrar aldeas y mujeres y garzas.
Oh voz libre, sin vaso, sin metro
sólo cabe en guitarras y en las suaves orejas.
amo tu voz interminable,
resalada, resinosa, de elemental aroma.
En tu joven garganta llena de astros,
llena de alegre trébol,
beso tu voz perfecta
que me llena la piel de ingenuas malvas,
de pichoncillos, de mosquetas
Tu voz, espacio donde crece
el trigo azul para mi verso
y el azul algodón de mis silencios;
tu voz con dos eternidades:
eternidad de frutas y de flor del aire;
tu voz que calla soledades
para nombrar aldeas y mujeres y garzas.
Oh voz libre, sin vaso, sin metro
sólo cabe en guitarras y en las suaves orejas.
De
Revista Cosmorama Nro. 3, 1944
Selección
Poética Femenina 1940-1960 (pag. 19)
Ediciones
Culturales Argentinas – 1965
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PEQUEÑO POEMA
De
niña yo miraba pasar los juncos y los bellos silbos varoniles.
Era una guirnalda serena y dormida.
Oh, mis quince años, entonces no sabía que debía mirar largamente
los manzanares y las gargantillas de clavel;
que yo tenía brillos y mis hoyuelos risa ajena.
Entonces tú corrías en un espacio familiar y sin espera.
Por qué no admirarte en ese justo nombre, lleno de olor inmenso.
Soñar tus ojos donde el azabache su vuelve translúcido.
Por eso no eres tú, porque no te llamaba, amante;
porque no te invocaba como a un bello vocablo que nos pertenece.
Debí detenerte con la primicia de julio,
apresurarte quizás, con un vertiginoso pandero lleno de sonrisas,
porque ya existías, como todo lo límpido,
y arrojabas tu juventud hacia mi vida.
Era una guirnalda serena y dormida.
Oh, mis quince años, entonces no sabía que debía mirar largamente
los manzanares y las gargantillas de clavel;
que yo tenía brillos y mis hoyuelos risa ajena.
Entonces tú corrías en un espacio familiar y sin espera.
Por qué no admirarte en ese justo nombre, lleno de olor inmenso.
Soñar tus ojos donde el azabache su vuelve translúcido.
Por eso no eres tú, porque no te llamaba, amante;
porque no te invocaba como a un bello vocablo que nos pertenece.
Debí detenerte con la primicia de julio,
apresurarte quizás, con un vertiginoso pandero lleno de sonrisas,
porque ya existías, como todo lo límpido,
y arrojabas tu juventud hacia mi vida.
Si no, no te vería hoy partir sin palabras.
Yo, que todo lo enloquezco, no poseo tus párpados efímeros
ni la ebriedad de todos los joyeles del sueño.
Me adormezco entre el frenesí de las guitarras
pero algo en mí sigue despierto.
En tanto conozco por única vez la primavera,
los retoños que no se abren en fiesta
y la pajarera que se marchita.
De
La Carpa, Cuaderno Nro. 3
(Muestra
colectiva de poemas, Tucumán 1944)
Selección
Poética Femenina 1940-1960 (pag. 16)
Ediciones
Culturales Argentinas – 1965
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INTI YACU
Inti
Yacu: Aguas del Sol. Linfas sagradas.
Las tinajas del mito las lloran con vehemencia
en un brotar perenne de lágrimas aladas
que vierten en el día su ritmo y transparencia.
¿Qué llamear se desata?
¿Qué fuente presa canta su libre advenimiento
a la gloria solar de la tierra alumbrada?
Alguna estrella hundida les da sin duda aliento
con su fuego de plata;
o es la leyenda misma que con su mano dorada
llena de surtidores la arena enfabulada.
El Sol, arquero invicto de los llanos,
que dibuja con fuego sus rumbos soberanos
y que labra con luces sus flechas y plumajes,
aquí bañó su cuerpo con oro de tatuajes;
aquí dio cobre al pecho,
y a los miembros y manos sus bronces y ardimientos
para vencer al río que era un puma en acecho
y disputar carreras al jaguar de los vientos.
Inti Yacu: agua en pujante sino
que es el sino del Sol. El Sol es su destino,
de todo surgimiento en su luz se libera
con un suelto flameo de astro o de bandera.
(Nota: INTI-YACU, llamaban los indios a las fuentes termales de Río Hondo)
Las tinajas del mito las lloran con vehemencia
en un brotar perenne de lágrimas aladas
que vierten en el día su ritmo y transparencia.
¿Qué llamear se desata?
¿Qué fuente presa canta su libre advenimiento
a la gloria solar de la tierra alumbrada?
Alguna estrella hundida les da sin duda aliento
con su fuego de plata;
o es la leyenda misma que con su mano dorada
llena de surtidores la arena enfabulada.
El Sol, arquero invicto de los llanos,
que dibuja con fuego sus rumbos soberanos
y que labra con luces sus flechas y plumajes,
aquí bañó su cuerpo con oro de tatuajes;
aquí dio cobre al pecho,
y a los miembros y manos sus bronces y ardimientos
para vencer al río que era un puma en acecho
y disputar carreras al jaguar de los vientos.
Inti Yacu: agua en pujante sino
que es el sino del Sol. El Sol es su destino,
de todo surgimiento en su luz se libera
con un suelto flameo de astro o de bandera.
(Nota: INTI-YACU, llamaban los indios a las fuentes termales de Río Hondo)
De
Agón, Cuaderno a María Adela Agudo (pag. 29)
Editó:
Revista de filosofía y letras – 1953
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CANTO
A SIGFRIDO
Te
invoco
en el primer despertar de mis ideales,
entre los héroes míos, extranjero.
Te preferí a los hombres de mi tierra
porque eras rubio, desconocido y muerto.
Eras tú lo perfecto, lo imposible;
el padre sin rigor y la niña sin culpas,
el brazo de la vida sin vejez y sin muerte
para la larga, sola e imperfecta cima.
Oh padre!
Te quise más que a Dios por tu herida y tu sangre,
por el cierto suicidio y tu orfandad celeste.
Eras para la cantinela del agua;
como ella suave, como ella vagabundo.
Anillo de las fuentes, ronda del río,
curva alta y celeste.
Eras para el aire divino de pájaros y augurios
y todo para la letra que ellos gorjeaban!
Eras para la tropa cristalina de los Eddas,
para esa mujer por el soñar abandonada!
Eras para el fuego y su catastrófica saga
y fuiste antes del mar, de la montaña,
antes que el todo.
Trompeta de fuertes rumores, música ensimismada,
Sigfrido, nombre de hielo, hermoso y muerto.
Sigfrido, pájaro, mar madre del cielo.
Sigfrido de blancas mujeres, de cabello isleño,
de nocturna mirada cayendo en el sino.
Tú que tuviste un hijo rojo como las fresas,
con la pequeña magia de guardados oseznos,
eras para el círculo encerrado de los hogares,
para ser guardado y recogido entre los arcángeles.
Nevada de exactitudes, blanda caricia de jazmines,
yo te recuerdo entre la sangre de las épocas
con tu arrogante ejemplo, tu soledad y tu discurso.
Era natural el orgullo de tu fuerza,
vibraba tímido tu dulce augurio.
El hombre es más que el tiempo porque se recuerda y se
duele,
porque tiene hermanos, enemigos y triunfos.
Si resucitaras entre rocas construiríamos torres
y no irías de pieles ni de combates vestido.
Deja las terribles mujeres, las celosas profetisas y sígueme
por los pórticos dulces de sol iluminados,
por las rítmicas olas del río y del tiempo.
en el primer despertar de mis ideales,
entre los héroes míos, extranjero.
Te preferí a los hombres de mi tierra
porque eras rubio, desconocido y muerto.
Eras tú lo perfecto, lo imposible;
el padre sin rigor y la niña sin culpas,
el brazo de la vida sin vejez y sin muerte
para la larga, sola e imperfecta cima.
Oh padre!
Te quise más que a Dios por tu herida y tu sangre,
por el cierto suicidio y tu orfandad celeste.
Eras para la cantinela del agua;
como ella suave, como ella vagabundo.
Anillo de las fuentes, ronda del río,
curva alta y celeste.
Eras para el aire divino de pájaros y augurios
y todo para la letra que ellos gorjeaban!
Eras para la tropa cristalina de los Eddas,
para esa mujer por el soñar abandonada!
Eras para el fuego y su catastrófica saga
y fuiste antes del mar, de la montaña,
antes que el todo.
Trompeta de fuertes rumores, música ensimismada,
Sigfrido, nombre de hielo, hermoso y muerto.
Sigfrido, pájaro, mar madre del cielo.
Sigfrido de blancas mujeres, de cabello isleño,
de nocturna mirada cayendo en el sino.
Tú que tuviste un hijo rojo como las fresas,
con la pequeña magia de guardados oseznos,
eras para el círculo encerrado de los hogares,
para ser guardado y recogido entre los arcángeles.
Nevada de exactitudes, blanda caricia de jazmines,
yo te recuerdo entre la sangre de las épocas
con tu arrogante ejemplo, tu soledad y tu discurso.
Era natural el orgullo de tu fuerza,
vibraba tímido tu dulce augurio.
El hombre es más que el tiempo porque se recuerda y se
duele,
porque tiene hermanos, enemigos y triunfos.
Si resucitaras entre rocas construiríamos torres
y no irías de pieles ni de combates vestido.
Deja las terribles mujeres, las celosas profetisas y sígueme
por los pórticos dulces de sol iluminados,
por las rítmicas olas del río y del tiempo.
De
Agón, Cuaderno a María Adela Agudo (pag. 49)
Editó:
Revista de filosofía y letras - 1953
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Maestra Normal Nacional y Profesora de Letras.
-
Integrante del célebre grupo “La Carpa”, que nucleó a
escritores
del
Noroeste Argentino en la década del 40.
-
Dirigió la revista literaria “Zizayan” (florecer - renacer,
en quichua)
Publicó
sus poemas en diarios y revistas.
1953
- “Agón” Cuaderno a María Adela Agudo , a un año de su muerte
sus
amigos
dedican una edición especial con 32 poemas suyos.
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