miércoles, 12 de agosto de 2015

Ascasubi, Hilario

(Fraile Muerto, Córdoba 14/1/1807 - Buenos Aires 17/11/ 1875)

LA MADRUGADA

Como no era dormilona,
Antes del alba siguiente,
Bien peinada y diligente
Se hallaba Juana Petrona,
Cuando ya lúcidamente

Venía dañando el cielo
La luz de la madrugada,
Y las gallinas al vuelo
Se dejaban cair al suelo
De encima de la ramada

Al tiempo que la naciente
Rosada aurora del día,
Ansí que su luz subía,
La noche obscura al poniente
Tenebrosa descendía

Y como antorcha lejana
De brillante reverbero,
Alumbrando el campo entero.
Nacía con la mañana
Brillantísimo el lucero.

Viento blandito del norte
Por San Borombón cruzaba
Sahumado, porque llegaba
De Buenos Aires, la corte
Que entredormida dejaba.

Ya también las golondrina?
Los cardenales y horneros,
Calandrias y carpinteros,
Cotorras y becasinas
Y mil loros barranqueros;

Los más alborotadores
De aquella inmensa bandada,
En la espadaña rociada
Festejaban los albores
De la nueva madrugada;

Y cantando sin cesar
Todo el pago alborotaban
Mientras los gansos nadaban
Con su grupo singular
De gansitos que cargaban.

Flores de suave fragancia
Toda la pampa brotaba
Al tiempo que coronaba
Los montes a la distancia
Un resplandor que encantaba:

Luz brillante que allí asoma
El sol antes de nacer;
Y entonces da gozo el ver
Los gauchos sobre la loma
Al campiar y recoger.

Y se vían alegrones
Por varios rumbos cantando,
Y sus caballos saltando
Fogosos los albardones,
Al galope y escardando:

Y entre los recogedores
También sus perros se vían,
Que retozando corrían
Festivos y ladradores,
Que a las vacas aturdían.

Y embelesaba el ganao
Lerdiando para el rodeo.
Como era un lindo recreo
Ver sobre un toro plantao
Dir, cantando, un venteveo.

En cuyo canto la fiera
Parece que se gozara
Porque las orejas para Mansita,
Y cual si quisiera
Que el ave no se asustara.

Ansí, a la orilla del fango
Del bañado, la más blanca
Y cosquillosa potranca
Ni mosquea, si un chimango
Se le deja cair en la anca.

Solos, pues, sin albidrío,
Estaban los ovejeros
Cuidando de los chiqueros,
Mientras se alzaba el rocío
Para largar los corderos.

Después en San Borombón
Todo a esa hora embelesaba,
Hasta el aire que zumbaba,
Al salir del cañadón
La bandada que volaba;

Y la sombra que de aquélla
Sobre el pastizal refleja
Tan rápida que asemeja
Un relámpago o centella,
Y velozmente se aleja.

Y los potros relinchaban
Entre las yeguas mezclaos;
Y allá lejos encelaos,
Los baguales contestaban,
Todos desasosegaos.

Ansí los ñacurutuces
Con cara fiera miraban
Que esponjados gambetiaban
Juyendo los avestruces
Que los perros acosaban.

Al concluir la recogida,
Cuando entran a corretiarlos;
Y que al tiempo de alcanzarlos
aquellos de una tendida
Se divierten en caciarlos.

Y de ahí, los perros trotiando
Con tanta lengua estirada
Se vienen a la camiada
Y allí se tienden jadiando
Con la cabeza ladiada:

Para que las criaturas
Que andan por allí al redor,
O algún mozo carniador,
Les larguen unas achuras
Que es bocado de mi flor.

Tal fue por San Borombón
La madrugada del día
En que el payador debía
Hacer la continuación
Del cuento aquel que sabía.

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LA REFALOSA
Amenaza de un mazorquero y degollador
de los sitiadores de Montevideo, dirigida
al gaucho Jacinto Cielo, gacetero y soldado
de la Legión Argentina, defensora de aquella plaza.


Mira gaucho salvajón,
que no pierdo la esperanza
y no es chanza,
de hacerte probar qué cosa
es 
Tin tin y Refalosa
ahora te diré cómo es:
escuchá y no te asustés;
que para ustedes es canto
más triste que viernes santo.

Unitario que agarramos
lo estiramos;
o paradito nomás,
lo agarran los compañeros
por supuesto, mazorqueros,
y ligao
con maniador doblado,
ya queda codo con codo
y desnudito ante todo.
¡Salvajón!
Aquí empieza su aflición.

Luego, después, a los pieses
un sobeo en tres dobleces
se le atraca,
y queda como una estaca
lindamente asigurao,
y parao
lo tenemos clamoreando;
y como medio chanceando
lo pinchamos,
y lo que grita, cantamos
la refalosa y tin tin,
sin violín.

Pero seguimos el son
de la vaina del latón,
que asentamos
el cuchillo y le tantiamos
con las uñas el cogote.
¡Brinca el salvaje vilote
que da risa!
Cuando algunos en camisa
se empiezan a revolcar,
y a llorar,
que es lo que más nos divierte;
de igual suerte
que al Presidente le agrada,
y larga la carcajada
de alegría,
al oír la musiquería
y la broma que le damos
al salvaje que amarramos.

Finalmente:
cuando creemos conveniente,
después que nos divertimos
grandemente, decidimos
que al salvaje
el resuello se le ataje;
y a derechas
lo agarra uno de las mechas,
mientras otro
lo sujeta como a potro
de las patas,
que si se mueve es a gatas.

Entretanto
nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahí nomás por consuelo
a su queja:
abajito de la oreja,
con un puñal bien templao
y afilao,
que se llama el quita penas,
le atravesamos las venas
el pescuezo.
¿Y que se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra revolver los ojos.

¡Ah, hombres flojos!
hemos visto algunos de éstos
que se muerden y hacen gestos,
y visajes
que se pelan los salvajes,
largando tamaña lengua;
Y entre nosotros no es mengua
el besarlo,
para medio contentarlo.

¡Que jarana!
Nos reímos de buena gana
y muy mucho,
al ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo sabemos parar
para verlo refalar
¡en la sangre
!hasta que le da un calambre
y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje; y, lo que espira,
le sacamos
una lonja que apreciamos
el sobarla
y de manea gastarla.

De ahí se le cortan las orejas,
barba, patillas y cejas;
y pelao
lo dejamos arumbao,
para que engorde algún chancho,
o carancho.

Con que ya ves, Salvajón;
nadita te ha de pasar
después de hacerte gritar:
¡Viva la Federación!

De Paulino Lucero, Buenos Aires,1945.

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ISADORA

Primera parte

La Isidora regordeta
se va a embarcar al Buseo:
¡vieran con qué zarandeo
va arrastrando una chancleta!

Que lleva un pie desocao
de resultas de un fandango,
en que le rompió el changango
en la cabeza a un soldao;

Y en esa noche con Brun
bailando la refalosa,
anduvo poco mañosa
queriendo hacerle el betún.

Sabrán que esta moza al fin,
no es porteña, es arroyera,
pitadora y guitarrera
y cantora del Tin tin.

Que vino de la otra banda
junto con los invasores,
y que sabe hacer primores
por todas partes donde anda;

Y que hace mucho papel
como güeña federala,
pues se refriega en su sala
con la hija de Juan Manuel.

En fin, dicen que esta dama
del Miguelete se aleja,
y a mis paisanas les deja
los recuerdos de su fama.

También dicen de que al borde
ha estado de perecer,
y se quiere reponer
porque ha perdido el engorde

Pues no le asientan los pastos,
y luego con la escasez
que hay por ajuera, esta vez
se ha fundido en hacer gastos.

Así es que bien trasijada
se retira la infeliz,
echando por la nariz
como suero de cuajada.

Un ojo le lagrimea,
del aire, dice Garvizo;
que para él es un hechizo
otro que le centellea.

El Andaluz se hace almiba
por agradar a Isidora,
que es muchacha seguidora
y nunca se muestra esquiva.

Así es que a la despedida
la acompaña una patrulla,
marchando sir, hacer bulla
come gente dolorida.

Pero la Isidora marcha
sin demostrar sentimiento,
con un semblante contento
y más fresca que la escarcha.

Lleva el rebozo terciao,
airoso, a lo mazorquera,
y en la frente de testera
luce un moño colorao.

Marcha con aire gitano,
y una mano en la cadera,
que sacude sandunguera
con un garbo soberano.

Para lucir los encajes,
viste a media pantorilla
un vestido de lanilla
colorao y sin follajes.

Ella no gasta bolsita
como gasta una pueblera;
pero carga una jueguera
y también su barajita.

Todo el cortejo se empeña
en complacerla al partir,
pero ella se quiere dir
y a todo bicho desdeña.

Casi se cai de barriga
el cirujano, en mala hora
se le clavó a la Isidora
el cuchillo de la liga...

Que lo levanta el galán
trompezando, y cariñoso
se lo presenta gustoso
a la prenda de su afán.

La Isidora lo recibe,
y exclama: - ¡Cristo me valga!
antes perdiera una nalga
que no esta prenda de Oribe.

Con la cual he de volver
y a todas las unitarias,
de balde han de ser plegarias,
yo las he de componer.

¿Ha visto, dotor tuertero,
estas zonzas de orientalas,
que a todas las federalas
nos tratan como a carnero?

Esas mesmas que ahi están
faroliando en el Cerrito,
y haciéndole asco al moñito,
no sé lo que pensarán.

Pues mire, ¡a fe de Isidora,
me voy con sangre en el ojo!
y, he de volver por antojo
con mi comadre Melchora;

Y a toda la que se piensa
que me ha de andar con diretes,
le he de cruzar los cachetes
y le he de cortar la trenza.

¡Moño grande! que se vea,
se han de poner a la juerza:
y a la que medio se tuerza
se lo he de pegar con brea.

¡Caray! si me da una rabia
el ver que a mí ¡a la Isidora!
quieran ganarle a señora
porque tienen mejor labia.

¡Y porque gastan corsé,
y gorras a la francesa,
ni levantan la cabeza
a saludar! -Ya se ve...

Aun no están acostumbradas
a la mazorca y tin tin,
pero de todas, al fin,
me he de reír a carcajadas.

Deje nomás que entre Oribe
y tome a Montevideo,
que hemos de tener bureo
como Rosas me lo escribe.

Conque ansina, dotorcito,
a todas digamelés,
que he de volver otra vez,
¡que me anden con cuidadito!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

En esta conversación
hasta la playa llegaron,
y en el momento mandaron
los rosines un lanchón.

Era preciso llevarla
cargada para embarcarse,
por no dejarla mojarse,
que eso podía resfriarla.

Entonces de la cadera
se la prendió el Andaluz,
y ella le gritó: ¡Jesús!
¡No me ruempa la pollera!

Con todo se la echó al hombro,
y hasta el lanchón la llevó;
y al dejarla suspiró
el tal Garvizo, ¡qué asombro!

Conque ansina desde ahora
es bueno que se prevengan,
y las orientalas tengan
¡cuidado con la Isidora!

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Es uno de los primeros poetas gauchescos
(junto con el uruguayo Bartolomé Hidalgo.)
- Utilizó como seudónimos los nombres de dos obras suyas:
Paulino Lucero y Aniceto el gallo.

Libros publicados

1843 - El Gaucho Jacinto Cielo
1846 - Paulino Lucero o los gauchos del Río de la Plata contando y combatiendo
contra los tiranos de las Repúblicas Argentina y Oriental del Uruguay
1851 - Santos Vega o los mellizos de la flor
1853 - Aniceto el gallo
1872 - Su obra completa apareció en tres volúmenes impresos en París
recopilada por su autor.

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