(Buenos
Aires 9/6/1754 - Colonia del Sacramento, Uruguay 11/1809)
Siripo
Escena VI (Fragmento)
Siripo
Diestros habeis pensado alucinarnos.
No nos pusisteis miedo vencedores,
Y menos temeremos á un puñado
De míseros dispersos, que va huyendo
La inevitable fuerza de los dardos.
Superfluo es el ardid, cuando nosotros
Arrepentidos ya no os acosamos.
La muerte de Solís no fué nuestra obra.
Los charrúas sin fé la ejecutaron.
Bien es verdad que el alevoso ejemplo
Habemos ignorantes imitado.
Disculparle pudiera. Tú bien sabes.
Qué motivos tenemos de quejarnos.
¿Nos habeis defendido? Os importaba
Guardar los que mirabais como esclavos.
Hurtado
Habemos intentado esclavizaros.
Siripo
De amigos nunca habeis podido darnos,
Y las altas almenas de los fuertes
Asombran la humildad de nuestros ranchos.
Los nombres en señal de señorío
Habeis á nuestras cosas ya mudado:
El pariente del mar, Paraná grande,
Es Río de la Plata; el rico lago
Apupen, ya se nombra de Santa Ana.
Porque á Sancho del Campo le agradaron
Sus buenos-aires, este nombre llevan
Las fértiles orillas....
Miranda
descomponerte así?
Lucía
¡Cielo Sagrado
¿Qué es lo que me sucede? ¡Ay infelice!
¿Hurtado es tan funesto desamparo
Me abandona? ¿Podrán otros respetos
Ser antes que mi amor? ¿Podré yo acaso
Posponerle á mi vida? ¿Pues mi esposo
No está ligado con iguales pacto.
¿Para esto le seguí? ¿Y así me paga?...
Lo entiendo á mi pesar. Él se ha vengado.
Y ¿dónde iré yo sola, mujer débil?
¿Qué gruta será fúnebre reparo
A mi triste orfandad? ¿Los fieros tigres
Socorro me darán? Sí, serán mansos
Cuando un amante, un padre y un esposo
Su fiereza les roban despiadados.
¿Pero de quién me quejo? ¿Su venganza
No he provocado yo? ¿No es justo pago
Aqueste de mi crimen ¿Yo no he sido
Quien con ojos risueños ha mirado,
Infiel, á un nuevo amante que tejía
Con alevosas y sangrientas manos
La guirnalda nupcial, que coronase
Mi crimen y mi boda? Es necesario
Que la muerte le lave. Morir debo.
Yo de mí misma juez pronuncio el fallo.
El honor lo aconseja, amor lo manda.
¿Qué es lo que me sucede? ¡Ay infelice!
¿Hurtado es tan funesto desamparo
Me abandona? ¿Podrán otros respetos
Ser antes que mi amor? ¿Podré yo acaso
Posponerle á mi vida? ¿Pues mi esposo
No está ligado con iguales pacto.
¿Para esto le seguí? ¿Y así me paga?...
Lo entiendo á mi pesar. Él se ha vengado.
Y ¿dónde iré yo sola, mujer débil?
¿Qué gruta será fúnebre reparo
A mi triste orfandad? ¿Los fieros tigres
Socorro me darán? Sí, serán mansos
Cuando un amante, un padre y un esposo
Su fiereza les roban despiadados.
¿Pero de quién me quejo? ¿Su venganza
No he provocado yo? ¿No es justo pago
Aqueste de mi crimen ¿Yo no he sido
Quien con ojos risueños ha mirado,
Infiel, á un nuevo amante que tejía
Con alevosas y sangrientas manos
La guirnalda nupcial, que coronase
Mi crimen y mi boda? Es necesario
Que la muerte le lave. Morir debo.
Yo de mí misma juez pronuncio el fallo.
El honor lo aconseja, amor lo manda.
Miranda
Quieres aumentar, hija? No apresures
Los males que vendrán mal nuestro grado.
De Siripo (tagedia indio-americana)
Soneto
De Siripo (tagedia indio-americana)
**************************************************
Oda
al Paraná
Augusto
Paraná, sagrado río,
primogénito ilustre del Océano,
que en el carro de nácar refulgente,
tirado de caimanes, recamados
de verde y oro, vas de clima en clima,
de región en región, vertiendo franco
suave verdor y pródiga abundancia,
tan grato al portugués como al hispano:
si el aspecto sañudo de Mavorte,
si de Albión los insultos temerarios
asombrando tu cándido carácter,
retroceder te hicieron asustado
a la gruta distante, que decoran
perlas nevadas, ígneos topacios,
y en que tienes volcada la urna de oro
de ondas de plata siempre rebosando;
si las sencillas ninfas argentinas
contigo temerosas profugaron,
y el peine de carey allí escondieron,
con que pulsan y sacan sones blandos
en liras de cristal, de cuerdas de oro,
que os envidian las deas del Parnaso;
desciende ya, dejando la corona
de juncos retorcidos, y dejando
la banda de silvestre camalote,
pues que ya el ardimiento provocado
del heroico español, cambiando el oro
por el bronce marcial, te allana el paso,
y para el arduo, intrépido combate
Carlos presta el valor, Jove los rayos.
Cerquen tu augusta frente alegres lirios
y coronen la popa de tu carro;
las ninfas te acompañen adornadas
de guirnaldas, de aromas y amaranto;
y altos himnos entonen, con que avisen
tu tránsito a los dioses tributarios.
El Paraguay y el Uruguay lo sepan,
y se apresuren próvidos y urbanos
a salirte al camino, y a porfía,
te paren en distancia los caballos
que del mar patagónico trajeron,
los que ya zambullendo, ya nadando,
ostentan su vigor, que, mientras llegan,
lindos céfiros tengan enfrenado.
Baja con majestad, reconociendo
de tus playas los bosques y los antros.
Extiéndete anchuroso, y tus vertientes,
dando socorros a sedientos campos,
dan idea cabal de tu grandeza.
No quede seno que a tu excelsa mano
deudor no se confiese. Tú las sales
derrites, y tú elevas los extractos
de fecundos aceites; tú introduces
el humor nutritivo, y suavizando
el árido terrón, haces que admita
de calor y humedad fermentos caros.
Ceres de confesar no se desdeña
que a tu grandeza debe sus ornatos.
No el ronco caracol, la cornucopia,
sirviendo de clarín, venga anunciando
tu llegada feliz. Acá tus hijos,
hijos en que te gozas, y que a cargo
pusiste de unos genios tutelares
que por divisa la bondad tomaron,
céfiros halagüeños por honrarte
bullen y te preparan sin descanso
perfumados altares en que brilla
la industria popular, triunfales arcos
en que las artes liberales lucen,
y enjambre vistosísimo de naos
de incorruptible leño, que es don tuyo,
con banderolas de colores varios
aguardándote está. Tú con la pala
de plata, las arenas dispersando,
su curso facilita. La gran corte
en grande escala espera. Ya los sabios,
de tu dichoso arribo se prometen
muchos conocimientos más exactos
de la admirable historia de tus reinos,
y los laureados jóvenes, con cantos
dulcísimos de pura poesía,
que tus melifluas ninfas enseñaron,
aspiran a grabar tu excelso nombre
para siempre del Pindo en los peñascos,
donde de hoy más se canten tus virtudes
y no las iras del furioso Janto.
Ven, sacro río, para dar impulso
al inspirado ardor: bajo tu amparo
corran, como tus aguas, nuestros versos.
No quedarás sin premio (¡premio santo!).
Llevarás guarnecidos de diamantes
y de rojos rubíes, dos retratos,
dos rostros divinales que conmueven:
uno de Luisa es, otro, de Carlos.
Ves ahí, que tan magnífico ornamento
transformará en un templo tu palacio;
ves ahí para las ninfas argentinas,
y dulce cantar, asuntos gratos.
primogénito ilustre del Océano,
que en el carro de nácar refulgente,
tirado de caimanes, recamados
de verde y oro, vas de clima en clima,
de región en región, vertiendo franco
suave verdor y pródiga abundancia,
tan grato al portugués como al hispano:
si el aspecto sañudo de Mavorte,
si de Albión los insultos temerarios
asombrando tu cándido carácter,
retroceder te hicieron asustado
a la gruta distante, que decoran
perlas nevadas, ígneos topacios,
y en que tienes volcada la urna de oro
de ondas de plata siempre rebosando;
si las sencillas ninfas argentinas
contigo temerosas profugaron,
y el peine de carey allí escondieron,
con que pulsan y sacan sones blandos
en liras de cristal, de cuerdas de oro,
que os envidian las deas del Parnaso;
desciende ya, dejando la corona
de juncos retorcidos, y dejando
la banda de silvestre camalote,
pues que ya el ardimiento provocado
del heroico español, cambiando el oro
por el bronce marcial, te allana el paso,
y para el arduo, intrépido combate
Carlos presta el valor, Jove los rayos.
Cerquen tu augusta frente alegres lirios
y coronen la popa de tu carro;
las ninfas te acompañen adornadas
de guirnaldas, de aromas y amaranto;
y altos himnos entonen, con que avisen
tu tránsito a los dioses tributarios.
El Paraguay y el Uruguay lo sepan,
y se apresuren próvidos y urbanos
a salirte al camino, y a porfía,
te paren en distancia los caballos
que del mar patagónico trajeron,
los que ya zambullendo, ya nadando,
ostentan su vigor, que, mientras llegan,
lindos céfiros tengan enfrenado.
Baja con majestad, reconociendo
de tus playas los bosques y los antros.
Extiéndete anchuroso, y tus vertientes,
dando socorros a sedientos campos,
dan idea cabal de tu grandeza.
No quede seno que a tu excelsa mano
deudor no se confiese. Tú las sales
derrites, y tú elevas los extractos
de fecundos aceites; tú introduces
el humor nutritivo, y suavizando
el árido terrón, haces que admita
de calor y humedad fermentos caros.
Ceres de confesar no se desdeña
que a tu grandeza debe sus ornatos.
No el ronco caracol, la cornucopia,
sirviendo de clarín, venga anunciando
tu llegada feliz. Acá tus hijos,
hijos en que te gozas, y que a cargo
pusiste de unos genios tutelares
que por divisa la bondad tomaron,
céfiros halagüeños por honrarte
bullen y te preparan sin descanso
perfumados altares en que brilla
la industria popular, triunfales arcos
en que las artes liberales lucen,
y enjambre vistosísimo de naos
de incorruptible leño, que es don tuyo,
con banderolas de colores varios
aguardándote está. Tú con la pala
de plata, las arenas dispersando,
su curso facilita. La gran corte
en grande escala espera. Ya los sabios,
de tu dichoso arribo se prometen
muchos conocimientos más exactos
de la admirable historia de tus reinos,
y los laureados jóvenes, con cantos
dulcísimos de pura poesía,
que tus melifluas ninfas enseñaron,
aspiran a grabar tu excelso nombre
para siempre del Pindo en los peñascos,
donde de hoy más se canten tus virtudes
y no las iras del furioso Janto.
Ven, sacro río, para dar impulso
al inspirado ardor: bajo tu amparo
corran, como tus aguas, nuestros versos.
No quedarás sin premio (¡premio santo!).
Llevarás guarnecidos de diamantes
y de rojos rubíes, dos retratos,
dos rostros divinales que conmueven:
uno de Luisa es, otro, de Carlos.
Ves ahí, que tan magnífico ornamento
transformará en un templo tu palacio;
ves ahí para las ninfas argentinas,
y dulce cantar, asuntos gratos.
**************************************************
Soneto
Quiero
mirar el astro refulgente,
En
su elevado trono al mediodía,
Y
el fulgor que de allí radiante envía,
A
oscuras deja mi confusa mente;
Pero
cuando se abate al occidente,
Por
entre velos que la tierra cría,
Le
observa y forma ya la mente mía,
Concepto
á su alcanzar correspondiente.
Así
vos, oh gran Dios, Sol de justicia,
Siendo
allá en vuestra alteza incomprensible
Al
limitado morador del suelo,
Al
ocaso vinisteis, y propicia
vuestra
bondad, os muestra perceptible
Por
entre el rubicundo humano vuelo.
*****************************************************************************************
Abogado,
docente, dramaturgo y periodista, destacado precursor de la
Revolución de Mayo.
Publicaciones
1786
Sátira Literaria – Publicado en el Telégrafo Mercantil
1787
Siripo – drama en verso
1801
*Oda al majestuoso Paraná u Oda al Paraná – El Telégrafo
Mercantil Nº 1 Pág. 4
Notas
del autor
* Publicado
en El Telégrafo
Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiógrafo del Río de
la Plata,
Buenos Aires, n° 1, miercoles 1° de abril de 1801, pp.4-7.
Extraordinario Blog, felicitaciones. Saludos desde Santa Cruz de la Sierra, Bolivia
ResponderEliminar